Por: Leidy Cañas
Torres. Psicóloga.
En la adultez intermedia se desarrolla un trabajo psíquico
relacionado con la integración del femenino y el masculino, proceso que se
formaliza con el proceso de individuación. El reconocimiento de aspectos
inconscientes conlleva a la identificación de ámbitos irreconocibles, muchos de
ellos requeridos para generar estabilidad emocional atenuada a partir de la
identificación, del análisis y de la introspección. El hombre (masculino) por
su parte identifica en sí aspectos femeninos como la aceptación de sentimientos
y debilidades en el estado emocional. La mujer en su representación (masculina)
reconoce e identifica fortalezas como la autodeterminación, la congruencia y la confianza (Jung, 2011).
El
femenino y el masculino en ocasiones genera polaridad por el poco
reconocimientos de aspectos físicos y por la dualidad de identidad de genero; el
reconocimiento acciona pensamientos y actos, demarcando disonancia donde cada
individuo requiere integrar esa parte contraria, encontrando desarraigo en la
cultura y en la sociedad (Jung, 2011).
Los aspectos poco reconocidos del femenino y masculino
propiciados por los juegos de roles en la cultura y la sociedad, desarrollan
acciones inconscientes las cuales tienden a desplazar la individualidad e
integridad en sí mismo. Cuando se logra identificar ambos aspectos (femenino y
masculino) se genera conciencia desarrollando actitudes que desinhiben reacciones
personales y adecuación en la interacción con los demás. Estas acciones facilitan movimientos hacia el
proceso “individuador” y hacia el sí mismo (Anthony,
1994).
En la adultez intermedia surgen elementos inconscientes y
poco desarrollados, muchos de ellos con múltiples símbolos representados en imágenes
cotidianas y en imágenes colectivas. En ocasiones algunos símbolos se observan
generando confusión por la fealdad con la que son descritas por el inconsciente
y por la duda que genera su evocación. Si no se les permite una expresión a los
siguientes símbolos (amante, bruja, prostituta, diosa, reina, santa, virgen, –
bandido, ladrón, vulgar, villano, ramplón, héroe, valiente) por medio de una
visualización o una conversación simbólica, puede desarrollarse una disonancia
y manifestarse de manera negativa (Anthony,
1994).
Las enfermedades, los trastornos y las psicosis pueden
alternarse por el poco reconocimiento interior, generando discrepancia e
incongruencia. En ocasiones suele aparecer una imagen representada como una
bruja o como un sirena que quiere ahogar al masculino; la mujer puede
visualizar un bandido o un ladrón, arrastrándola a las profundidades del miedo.
Asuntos inconclusos suelen representarse en animales y objetos permitiendo
la visualización de cualidades y
características positivas (Anthony, 1994).
Diversos
elementos muestran pasos para generar individuación e independencia, para
ampliar su observación, se recomienda trabajar aspectos inconscientes dados en
el femenino y el masculino, observando sueños y símbolos representados en
imágenes y figuras.
Es así como en el estado de vigilia y en el estado de
autorregulación –sueño-, puede aparecer una efigie o una representación
simbólica –Manifestación del femenino y del masculino-, en ocasiones se logra
mostrar por medio de imágenes perniciosas o desagradables. sin realizar rechazo
o evasiones, es cuando se requiere identificar el símbolo para generar un
diálogo e instaurar una observación constante (Anthony, 1994).
La no integración o aceptación del femenino y masculino
puede llevar a una estado inmaduro y subdesarrollado. Para el hombre masculino
reconocer su “Femenino” propicia confusión, pero una vez resuelta las
proyecciones, mejora los actos irascibles, las acciones coléricas, los
desesperos y los desconciertos ante el rechazo que él mismo generó (Anthony, 1994).
Concomitante a lo anterior, Jung
desarrolla el concepto de ánima y ánimus, para realizar un trabajo interno
consciente relacionado con el femenino y el masculino. A la
imagen inconsciente – femenina – en un hombre Jung la llamó “anima”, el nombre
fue dado por un origen latino y por el aspecto femenino, este se asocia con la
dinámica del principio de Eros y con el femenino inconsciente representado en
un hombre. A la imagen masculina en una mujer la llamó “ánimus” – ya que, en
latín, la terminación –us es para designar el género masculino de un hombre-,
representando en la mujer el ánimus inconsciente y la dinámica del principio “Logos”
(Engler, 1996).
El término griego Logos significa: razón, discernimiento,
abstracción, ciencia, verbo, palabra. Paralelamente origina adjetivos como
asertividad y lucidez. Así mismo, la palabra inglesa Logic se
encuentra asociada con el termino logos, el
cual permea la ignorancia para generar claridad en su concepto, diferenciando
objetivamente un termino, una cosa y una acción (Anthony, 1994).
En el aspecto femenino, la mujer personifica fecundidad, procreación,
maternidad, cariño, afecto, ternura, implicando la representatividad de emociones.
La fuerza, el coraje, el ímpetu, es supeditada por otras características
constituidas en ocasiones como debilidad y ternura.
El ánimus – logos representado en la mujer, requiere de
algunos modelos para consolidar su identidad e independencia, muchos de ellos
en ocasiones no están afianzados en la familia o figuras representativas,
conllevando a una búsqueda y exteriorización de símbolos, contenidos y
figuras.
Un ánima o “Eros” femenino en el hombre genera vínculo,
empatía, compromiso, participación, relación emocional, anclaje, unión, si solo
si, se constituye y se integra realmente. El
trabajo con el “ánima – eros” requiere observar los humores, tratando de
valorizar y apaciguar la disonancia que crea el reconocimiento de afectos y
emociones. El eros mejora las relaciones con las personas cercanas y con las
personas afectivamente importantes. Propicia pertenencia hacía sí mismo tomando
como referencia el cuerpo. Eros: materializa y representa el aspecto femenino
en las personas, en los símbolos y en los objetos. Propicia valores como la
solidaridad, genera acciones hacia el compartir y promueve el intercambio de experiencias
y conocimientos. Instaura lazos afectivos, alimenta, da nacimiento, permea ciclos de cambios y transformación “muerte –vida” (Engler, 1996).
El masculino en la psique humana se
encuentra relacionada con cualidades y emociones, las cuales interactúan en
diferentes áreas y acciones. En el ámbito cultural el hombre representa unas
características que se desarrollan colectivamente, el hombre es visto o
percibido como fuerte, emprendedor, astuto, el que utiliza la razón.
Cuándo un hombre se encuentra en el ámbito emocional y expresa sus afectos, se puede sentir cohibido a
unos tipos de reacciones como el llanto y la expresión emotiva.
En la cultura algunos elementos son observados como debilidades,
la expresión de emociones es uno de ellos. En el ámbito social se puede
observar denominaciones a palabras y conceptos como “macho” o “débil” propiciando
una invariable inconstancia. El reconocimiento de su aspecto contrario en
ocasiones genera dolor, alternando acciones para persuadirlo o evitarlo. La sensación
de desagrado, disonancia e incongruencia puede permanecer en el tiempo
manifestándose en la mitad de la vida y perpetuándose en etapas finales como la
vejez.
Para afianzar el cambio, es propicio apoderarse de la propia
realidad, se requiere además, observar las proyecciones generadas en el otro,
en ocasiones se cree que la persona del afuera es la que tiene que cambiar,
instigando y jactándose de actuaciones propias puestas en la pareja, familia,
amigos y contexto social.
Algunos aspectos coinciden con el modelamiento y la repetición
de conductas promovidas, de generación en generación, transferencias dada a
partir de creencias y mitos. La aceptación y adaptación de actos y/o acciones
son llevadas a cabo por el individuo y por el medio social en el que se
encuentra instaurado.
Por medio del modelamiento, se puede adquirir un satisfactorio
desarrollo psíquico, el cual puede ser propiciado por figuras tempranas
representativas; cuando un niño tiene la oportunidad de pasar por un adecuado
aprendizaje, desarrolla y adquiere madurez, valores y capacidades psíquicas,
sin embargo, es importante aclarar que en los diferentes ámbitos y contextos,
tanto en lo cotidiano como en lo colectivo, en la mayoría de casos llevan a
acciones y aprendizajes dolorosos, sin saber su procedencia o adquisición. Se
requiere hacer consciente lo inconsciente, integrar el masculino con el
femenino, generando reconocimiento e identificación (Engler, 1996).
La observación de aspectos masculinos y femeninos en el
individuo se encuentran desarrollados por la aceptación de creencias y
actuaciones sociales, muchas de ellas dadas por el desconocimiento, sesgando la
tranquilidad y estabilidad emocional.
El proceso de cambio y transformación es individual, pero la unión de fuerzas relacionados con las proyecciones, con el femenino y masculino, conllevan a una agradable asonancia. Se genera matrimonio entre aspectos tanto emocionales como racionales, se promueve la sabiduría y el aprendizaje, en definitiva, se generan lazos verdaderamente afectivos para los desarrollos y los estados emocionales (Jung, 2011).
El proceso de cambio y transformación es individual, pero la unión de fuerzas relacionados con las proyecciones, con el femenino y masculino, conllevan a una agradable asonancia. Se genera matrimonio entre aspectos tanto emocionales como racionales, se promueve la sabiduría y el aprendizaje, en definitiva, se generan lazos verdaderamente afectivos para los desarrollos y los estados emocionales (Jung, 2011).
Un punto focal del proceso de individuación se encuentra relacionado con el femenino y el masculino, cuando se logra integrar y realizar un equilibrio con su aspecto contrario se genera una completud, una totalidad, una androginia psicológica.
La mitad de la vida o adultez intermedia premedita acciones
de identificación y reconocimiento hacia sí mismo, el proceso de individuación
y mucho más el trabajo con el femenino y masculino permea la constancia,
coherencia y estabilidad de ciertos actos conscientes. Las relaciones consigo
mismo y con los demás alcanzan equilibro, claridad, amistad y espontaneidad, siendo
ahora más maduros y estando más en casa con sus sentimientos, sin escapar
finalmente de la angustia generada por su incongruencia y soledad (Anthony, 1994).
La integración propicia tranquilidad consigo mismo y con la
relación exterior, el compartir a partir del sí mismo se ejerce sin egoísmo,
sin perder la individualidad. Finalmente se puede ofrecer compenetración,
amplitud, sinceridad, respeto y amor.
BIBLIOGRAFÍA
Anthony, S. (1994) Jung o la búsqueda de la identidad. 1ra edición. Madrid, Editorial debate, S.A.
Jung, G.C. (2011). Aion contribuciones al simbolismo del sí – mismo. Madrid, Editorial Trotta.
Engler, B. (1996). Teorías de la personalidad. 4a edición. México, Editorial Mc Graw Hill. Pag. 557.
Anthony, S. (1994) Jung o la búsqueda de la identidad. 1ra edición. Madrid, Editorial debate, S.A.
Jung, G.C. (2011). Aion contribuciones al simbolismo del sí – mismo. Madrid, Editorial Trotta.
Engler, B. (1996). Teorías de la personalidad. 4a edición. México, Editorial Mc Graw Hill. Pag. 557.
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