viernes, 28 de octubre de 2016

Femenino y Masculino “Proceso de individuación”
Por: Leidy Cañas Torres. Psicóloga. 

En la adultez intermedia se desarrolla un trabajo psíquico relacionado con la integración del femenino y el masculino, proceso que se formaliza con el proceso de individuación. El reconocimiento de aspectos inconscientes conlleva a la identificación de ámbitos irreconocibles, muchos de ellos requeridos para generar estabilidad emocional atenuada a partir de la identificación, del análisis y de la introspección. 

El hombre (masculino) por su parte identifica en sí aspectos femeninos como la aceptación de sentimientos y debilidades en el estado emocional. La mujer en su representación (masculina) reconoce e identifica fortalezas como la autodeterminación, congruencia y confianza (Jung, 2011).

El femenino y el masculino en ocasiones genera polaridad por el poco reconocimiento de aspectos físicos y por la dualidad de identidad de genero; el reconocimiento acciona pensamientos y actos, demarcando disonancia. Cada individuo requiere integrar esa parte contraria, encontrando desarraigo en la cultura y en la sociedad (Jung, 2011).

Los aspectos poco reconocidos del femenino y masculino propiciados por los juegos de roles en la cultura y la sociedad, desarrollan acciones inconscientes las cuales tienden a desplazar la individualidad e integridad en sí mismo. Cuando se logra identificar ambos aspectos (femenino y masculino) se genera consciencia desarrollando actitudes que desinhiben reacciones personales y adecuación en la interacción con los demás.  Estas acciones facilitan movimientos hacia el proceso “individuador” y hacia el sí mismo (Anthony, 1994).

En la adultez intermedia surgen elementos inconscientes y poco desarrollados, muchos de ellos con múltiples símbolos representados en imágenes cotidianas y en imágenes colectivas. En ocasiones algunos símbolos se observan generando confusión por la fealdad con la que son descritas por el inconsciente y por la duda que genera su evocación. Si no se les permite una expresión a los siguientes símbolos: amante, bruja, prostituta, diosa, reina, santa, virgen, – bandido, ladrón, vulgar, villano, ramplón, héroe, valiente, entre otros, puede desarrollarse una disonancia y manifestarse de manera negativa -por medio de una visualización o una conversación simbólica-(Anthony, 1994).

Las enfermedades, los trastornos y las psicosis pueden alternarse por el poco reconocimiento interior, generando discrepancia e incongruencia. En ocasiones suele aparecer una imagen representada como una bruja o como un sirena que quiere ahogar al masculino; la mujer puede visualizar un bandido o un ladrón, arrastrándola a las profundidades del miedo. Asuntos inconclusos suelen representarse en animales y objetos permitiendo la  visualización de cualidades y características positivas (Anthony, 1994).

Diversos elementos muestran pasos para generar individuación e independencia, para ampliar su observación, se recomienda trabajar aspectos inconscientes dados en el femenino y el masculino, observando sueños y símbolos representados en imágenes y figuras.

Es así como en el estado de vigilia y en el estado de autorregulación –sueño-, puede aparecer una efigie o una representación simbólica –manifestación del femenino y del masculino-, en ocasiones se logra mostrar por medio de imágenes perniciosas o desagradables. 

La no integración o aceptación del femenino y masculino puede llevar a una estado inmaduro y subdesarrollado. Sin rechazo y sin evasión, se requiere identificar el símbolo para generar un diálogo e instaurar una observación constante (Anthony, 1994).

Para el hombre masculino reconocer su “Femenino” propicia confusión, pero una vez resuelta las proyecciones, mejora los actos irascibles, las acciones coléricas, los desesperos y los desconciertos ante el rechazo que él mismo generó (Anthony, 1994).

Concomitante a lo anterior, Jung desarrolla el concepto de ánima y animus, para realizar un trabajo interno consciente relacionado con el femenino y el masculino. A la imagen inconsciente – femenina – en un hombre Jung la llamó “anima”, el nombre fue dado por un origen latino y por el aspecto femenino, este se asocia con la dinámica del principio de Eros y con el femenino inconsciente representado en un hombre. A la imagen masculina en una mujer la llamó “ánimus” – ya que, en latín, la terminación –us es para designar el género masculino de un hombre-, representando en la mujer el ánimus inconsciente y la dinámica del principio “Logos” (Engler, 1996).

El término griego Logos significa: razón, discernimiento, abstracción, ciencia, verbo, palabra. Paralelamente origina adjetivos como asertividad y lucidez. Así mismo, la palabra inglesa Logic se encuentra asociada con el termino logos, el cual permea la ignorancia para generar claridad en su concepto, diferenciando objetivamente un termino, una cosa y una acción (Anthony, 1994).

En el aspecto femenino, la mujer personifica fecundidad, procreación, maternidad, cariño, afecto, ternura, implicando la representatividad de emociones. La fuerza, el coraje, el ímpetu, es supeditada por otras características constituidas en ocasiones como debilidad y ternura.

El animus – logos representado en la mujer requiere de algunos modelos para consolidar su identidad e independencia, muchos de ellos en ocasiones no están afianzados en la familia o figuras representativas, conllevando a una búsqueda y exteriorización de símbolos, contenidos y figuras. 

Un anima o “Eros” femenino en el hombre genera vínculo, empatía, compromiso, participación, relación emocional, anclaje, unión, si solo si, se constituye y se integra realmente. El trabajo con el “ánima – eros” requiere observar los humores, tratando de valorizar y apaciguar la disonancia que crea el reconocimiento de afectos y emociones. El eros mejora las relaciones con las personas cercanas y con las personas afectivamente importantes. Propicia pertenencia hacía sí mismo tomando como referencia el cuerpo. Eros: materializa y representa el aspecto femenino en las personas, en los símbolos y en los objetos. Propicia valores como la solidaridad, genera acciones hacia el compartir y promueve el intercambio de experiencias y conocimientos. Instaura lazos afectivos, alimenta, da nacimiento, permeando ciclos de cambios y transformación “muerte –vida” (Engler, 1996).

El masculino en la psique humana se encuentra relacionada con cualidades y emociones, estas interactúan en diferentes áreas y acciones. En el ámbito cultural el hombre representa unas características desarrolladas por medio de lo cotidiano, el hombre es visto o percibido como fuerte, emprendedor, astuto, el que utiliza la razón.
Cuándo un hombre se encuentra en el ámbito emocional y expresa sus afectos, se puede sentir cohibido a unos tipos de reacciones como el llanto y la expresión emotiva. 

En la cultura algunos elementos son observados como debilidades, la expresión de emociones es uno de ellos. En el ámbito social se puede observar denominaciones a palabras y conceptos como “macho” o “débil” propiciando una invariable inconstancia. El reconocimiento de su aspecto contrario en ocasiones genera dolor, alternando acciones para persuadirlo o evitarlo. La sensación de desagrado, disonancia e incongruencia puede permanecer en el tiempo manifestándose en la mitad de la vida y perpetuándose en etapas finales como la vejez.

Para afianzar el cambio, es propicio apoderarse de la propia realidad, se requiere además, observar las proyecciones generadas en el otro, en ocasiones se cree que la persona del afuera es la que tiene que cambiar, instigando y jactándose de actuaciones propias puestas en la pareja, familia, amigos y contexto social.

Algunos aspectos coinciden con el modelamiento y la repetición de conductas promovidas, de generación en generación, transferencia dada a partir de creencias y mitos. La aceptación y adaptación de actos y/o acciones son llevadas a cabo por el individuo y por el medio social en el que se encuentra instaurado.

Por medio del modelamiento, se puede adquirir un satisfactorio desarrollo psíquico, el cual puede ser propiciado por figuras tempranas representativas; cuando un niño tiene la oportunidad de pasar por un adecuado aprendizaje, desarrolla y adquiere madurez, valores y capacidades psíquicas, sin embargo, es importante aclarar que en los diferentes ámbitos y contextos, tanto en lo cotidiano como en lo colectivo, en la mayoría de casos llevan a acciones y aprendizajes dolorosos, sin saber su procedencia o adquisición. Se requiere hacer consciente lo inconsciente, integrar el masculino con el femenino, generando reconocimiento e identificación (Engler, 1996).

La observación de aspectos masculinos y femeninos en el individuo se encuentran desarrollados por la aceptación de creencias y actuaciones sociales, muchas de ellas dadas por el desconocimiento, sesgando la tranquilidad y estabilidad emocional. 

El proceso de cambio y de transformación es individual, pero, la unión de fuerzas relacionadas con las proyecciones, con el femenino y masculino, conlleva a una agradable asonancia. Se genera matrimonio entre los aspectos emocionales y racionales, promoviendo sabiduría, aprendizajes, lazos verdaderamente afectivos propicios para los desarrollos emocionales (Jung, 2011). 

Un punto focal del proceso de individuación se encuentra relacionado con el femenino y el masculino, cuando se logra integrar y realizar un equilibrio con su aspecto contrario se genera una completud, una totalidad, una androginia psicológica.

La mitad de la vida o adultez intermedia premedita acciones de identificación y reconocimiento hacia sí mismo, el proceso de individuación y mucho más el trabajo con el femenino y masculino permea la constancia, coherencia y estabilidad de ciertos actos conscientes. Las relaciones consigo mismo y con los demás alcanzan equilibro, claridad, amistad y espontaneidad, siendo ahora más maduros y estando más en casa con sus sentimientos, sin escapar finalmente de la angustia generada por su incongruencia y soledad (Anthony, 1994).

La integración propicia tranquilidad consigo mismo y con la relación exterior, el compartir a partir del sí mismo se ejerce sin egoísmo, sin perder la individualidad. Finalmente se puede ofrecer compenetración, amplitud, sinceridad, respeto y amor.

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