jueves, 3 de marzo de 2022

Notas. Lo Justo y Lo Bueno

LO JUSTO Y LO BUENO

Adela Cortina

Desde la reflexión de los filósofos griegos la ética se ocupa de la forja del carácter.

Se nace con un temperamento y a partir de él se adquieren buenas disposiciones a las que llamamos virtudes, que forman un buen carácter.

En la ética griega, con diversos matices el buen carácter es el de la persona que sabe tomar las decisiones correctas para alcanzar el mayor bien posible para los seres humanos: la felicidad.

Los temas centrales de la ética, pues, la forja del carácter desde la adquisición de las virtudes y el logro de la felicidad, que es el bien al que todos tienden.

En este contexto también es preciso hablar de normas, de esa dimensión del fenómeno moral que es la de la exigencia y la obligación, y encontrar algún criterios para dilucidar cuáles serán correctas.
… De suerte que serán correctas las normas que conduzcan al mayor bien posible. Las normas se pueden decir están supeditadas al bien; lo exigible a lo bueno.

DIFERENCIAS

ÉTICAS PERFECCIONISTAS (Aristóteles y Nietzsche) proponen llevar a perfección el ser humano mediante el ejercicio de la cualidad que le es más propia (vida contemplativa, voluntad de poder).

ÉTICAS HEDONISTAS mientras que el hedonismo y concretamente el utilitarista, entiende que una decisión es correcta cuando produce los mejores resultados posibles. En el caso del perfeccionismo hablamos de perfeccionar el ser humano; en el del utilitarismo de maximizar los buenos resultados de las decisiones y obrar por ellos.

¿Qué normas debemos cumplir para actuar de forma correcta? (Modernidad)

Se hace necesario articular lo bueno y lo correcto.

Los dos tipos de teoría ética son las éticas teológicas que parten lo que es bueno para los hombres y entienden que lo correcto es lograr el mayor bien posible, (IDEOLOGIA) y las éticas deontológicas que consideran necesario decidir en primer lugar que normas son justas, de modo que las personas pueden perseguir sus ideales de vida buena dentro del marco de justicia.

Lo que diferencia a las dos es que las teológicas toman como prioritario el bien no moral (ontológico, psicológico o social) para construir lo correcto o justo (lo moralmente obligatorio).

Las deontológicas parten de lo correcto o justo y entienden que en su marco las gentes pueden vivir con toda la legitimidad lo que consideran su bien, siempre que no transgredan el marco de lo justo.

En estas cuestiones se concreta de algún modo el gran problema moderno de la relación entre lo bueno, lo correcto o justo, que es el de la obligación moral. Desentrañar las causas que llevaron a distinguir entre lo justo y lo bueno, entre las normas y el bien no es fácil.

1. En el mundo moderno se oscurece la idea aristótelica de función y, en consecuencia, de “función más propia del hombre”. En la ética de Nicómaco había entendido Aristóteles que el telos del ser humano consiste en el ejercicio de la función en el que es más propia. De igual modo, que la función del citarista es tocar bien la citara, si hay una función propia del ser humano, el telos consistirá en ejercerla lo mejor posible. El ejercicio de la vida contemplativa es la función más propia, en llevarlo al máximo consistirá el telos.

Sin embargo, la modernidad relega la explicación teológica del cosmos y la sustituye por la mecanicista, abandonando con ello la idea de una función esencial del ser humano discernible por la razón.

Solo se puede describir hechos empíricos en proposiciones de las que empíricamente podrá comprobar si son verdaderas o falsas pero no esencias metafísicas de las que extraer un telos que se debe alcanzar. De un “ES” empírico no puede extraerse un “DEBE”.


2. El proceso de secularización priva de fundamentación religiosa a determinados mandatos, habituales en el mundo medieval, cuya fuerza obligatoria precedía de expresar la voluntad de Dios. Aunque Dios quería la felicidad de los hombres y sus mandatos iban encaminados a proporcionársela, de suerte que el fundamento de la obligación descansaba en la felicidad, en lo bueno, a menudo los hombres no perciben la conexión entre la obediencia a los mandatos y su felicidad. Era preciso, entonces, obedecerlos por ser voluntad de Dios, aun sin entender la conexión con la felicidad. El mandato se expresaba en forma categórica y entre la pregunta, ¿por qué debo? La respuesta era “porque Dios lo quiere”.

3. Por ultimo, la modernidad es la era del individuo, hasta el punto de que se entiende que el nacimiento de la comunidad política, del estado, es el fruto de un contrato entre individuos deseosos de que se respete sus derechos. Por eso la meta de la política no será la felicidad de los miembros de la comunidad, sino de la defensa de sus derechos que es una exigencia de justicia. Las instituciones son legitimas cuando están al servicio de los derechos, cuando son justas: el individuo y sus derechos constituyen la clave de la vida social.

Razones como las aludidas llevan al oscurecimiento de la ética de las virtudes, dirigida a la idea del bien, y al fortalecimiento de una ética de las normas, preocupada por lo correcto o justo. Este cambio hunde sus raíces en la filosofía práctica de Kant.


2. LO CORRECTO Y LO JUSTO ES LO VALIOSO EN SÍ


3. EL ÁMBITO DE LA EXIGENCIA Y EL DEL CONSEJO

Los proyectos de la vida buena, personales o colectivos, cobran sentido desde lo que cada persona o grupo considera su bien, desde lo que cada uno elige como meta desde sus preferencias, sus deseos, sus convicciones religiosas o ideológicas, sus tradiciones, su historia. No es que sean puramente subjetivos, incomunicables, sino que resultan de opciones personales o grupales que no necesiten justificarse mientras respeten oposiciones ajenas por eso las normas que aparecen entrelazadas con los proyectos tienen el carácter de consejos e invitaciones; obligan a quienes se interesen por esos proyectos y en la medida en que se interesen por ellos lo correcto o lo justo, por el contrario, es exigente, porque es moralmente objetivo, no invita, ni aconseja seguir un camino si es que se quiere alcanzar una meta: obliga a actuar en esa dirección, sea cual fuere la meta o el proyecto de vida buena en cada persona o grupo y por eso necesita justificación.

Por una parte, autores intuicionista, como PRICHARD Y ROSS, entienden que es la intuición la que nos lleva a descubrir la obligatoriedad de determinados deberes: deberes de fidelidad, de reparación, de gratitud, de justicia, de perfeccionamiento o de no dañar a otro. Si tenemos conciencia de que obligan, no es porque nos percatemos de que producen el mayor bien, sino por intuición. Se trata de deberes PRIMA FACIE, que pueden entrar en conflicto en la acción concreta, y entonces es cada sujeto el que tiene que dar prioridad a uno u otro (Ross, 1994, 36 7 3).

4. LO CORRECTO COMO LO ÚTIL, LA JUSTICIA COMO RAMA DE LA UTILIDAD
Tocqueville: "que las personas más marginadas de una sociedad pueden acabar adaptándose a un régimen injusto, pueden autocensurar cualquier protesta, ignorando ya cuales fueron sus preferencias, con tal de disfrutar del bienestar posible, en vez de aspirar a la libertad deseable".

De ahí que precisamente por razones como estás según estos autores entre otros, resulte indispensable defender la prioridad de los derechos y las libertades de cada uno de los miembros de la sociedad sobre el bienestar social, de forma que el bienestar de un individuo no puede anular el derecho de otro. En una sociedad justa las libertades básicas han de estar garantizadas y los derechos no pueden someterse al calculo del interés social.

EL BIEN DE LA POLÍTICA: LA PRIMACÍA DE LO JUSTO

La justicia tiene prioridad sobre el bien.

LA IGUALDAD EN QUÉ

Para Rawls la igualdad sería de bienes primarios, que son aquellos con los que cualquier persona desearía contar para poder llevar adelante cualquier plan de vida que quisiera proponerse; el criterio es la equidad; lo que decidirían personas libres e iguales ignorando su “lotería natural y social”.

Ciertamente la enumeración de los bienes primarios (derechos y libertades básicos, libertad de movimiento y libre elección del empleo, poderes y prerrogativas de cargos y posiciones de responsabilidad, ingresos y riqueza, bases sociales de la autoestima) obligan a situar la posición de Rawls en la tradición del “mínimo decente”, en forma aquí de liberalismo social, e incluso -según algunos autores- en forma de socialismo (Martínez, 1999). Una sociedad que se pretenda justa debe pertrechar a sus ciudadanos de se mínimo razonable, concretando en unos bienes primarios, entre los que no entran sólo riquezas, sino también bienes que valen por sí mismos, como son las libertades y las bases sociales de la autoestima.

Por su parte, Dworkin entenderá que más vale pertrechar de una igualdad de recursos,
Que deben gestionar, haciéndose responsables de sus elecciones. Una cosa son las desigualdades injustas surgidas de la lotería natural y social, otras las que un individuo elige, no en una ocasión equivocada, sino con cierta contumacia (Dworkin, 2000).

(…) En una línea un tanto diferente, se encuentra la propuesta de un ingreso básico de ciudadanía, que se expresa a través de distintas variantes, pero consiste esencialmente en considerar como elemento indispensable de igualación un ingreso básico, que casa ciudadano adulto percibiría anualmente, de forma incondicional. No se trata de un salario mínimo por el trabajo realizado, sino de un ingreso incondicional, que permite a los ciudadanos “libertad real” para organizar sus vidas, dedicándose a los trabajos que realmente desean ejercer.

En diálogo con las concepciones de justicia a las que importa sobre todo pertrechar a las gentes de medios para paliar las desigualdades, propone Sen su “enfoque de las capacidades”, que tal fortuna viene haciendo en los medios académicos y en los círculos que trabajan en la procura del desarrollo y en la erradicación de la pobreza (Sen, 2000).

Sen toma como punto de partida dos hechos: la heterogeneidad de los seres humanos y la diversidad de variables por las que es posible juzgar acerca de la desigualdad injusta. Podemos hablar de igualdad en el ingreso, la riqueza, el bienestar, las libertades, las oportunidades, los derechos, la satisfacción de las necesidades o los deseos. Por eso, es necesario buscar una “variable focal” desde la que establecer las comparaciones. Obviamente, tal variable puede contener una pluralidad interna (por ejemplo, el ingreso o la felicidad pueden componerse de distintos factores), pero importa elegir el “espacio” en el que van a establecerse las comparaciones, y entender que los restantes factores pertenecían a la “periferia”. Realmente, en el momento actual las disputas giran en torno a cuál sería ese elemento central de la organización social.

Teniendo en cuenta la heterogeneidad de las personas, entiende Sen que cualquier intento de igualar desde los medios puede resultar injusto con la desigualdad de capacidades de los receptores. Un grupo humano con una mayor cultura puede aprovechar los medios para elegir sus planes de vida mucho mejor que otros con menor cultura. Incluso dos personas que cuentan con los mismos bienes primarios tendrán diferente libertad para perseguir sus planes de vida, porque la cuestión no es sólo de medios para la libertad, sino que la libertad es el instrumento para conseguir la libertad. La variable focal será, en este caso, la extensión de la libertad.

8. NORMAS JUSTAS Y PROYECTOS DE VIDA BUENA

El núcleo de la vida social no lo constituye el individuo y sus derechos, sino que lo configura el reconocimiento recíproco de sujetos que no podrán averiguar que es lo justo sino a través de la participación cooperativa en una diálogo racional.

En efecto, para dilucidar qué es lo justo, los interlocutores tienen que estar dispuestos a entrar en serio en una diálogo, gobernado por unas reglas formales, que recibe el nombre de discurso práctico. Quien quiera dialogar en serio debe considerar la argumentación como una búsqueda cooperativa de lo justo y como un proceso de comunicación, en el que no se debe atender sino a la fuerza del mejor argumento. Qué será no el que satisfaga intereses individuales, ni tampoco grupales, sino los de todos los afectados por la norma, los universalizables.

De donde se sigue que dos principios orientan el diálogo: el de Universalización, según el cual, “una norma será valida cuando todos los afectados por ella puedan aceptar libremente las consecuencias y efectos secundarios que se seguirán, previsiblemente, de su cumplimiento general para la satisfacción de los intereses de cada uno,” y el de la Ética del Discurso, según el cual “sólo pueden pretender validez las normas que encuentran (o podrían encontrar) aceptación por parte de todos los afectados, como participantes en un discurso práctico” (Habermas, 1985, 116 y 117).

En definitiva, cuando decimos que una norma es justa quedemos decir, no que conviene a un grupo, ni tampoco que beneficia a la mayoría, sino que los afectados por ella la aceptarían en una situación ideal de habla, en la que pudieran participar libremente, porque satisface intereses universalizables. La situación ideal de habla es un presupuesto contrafáctico pragmático del habla, un presupuesto ineludible del lenguaje para que tenga sentido la expresión “esta norma es justa”. Funciona como una idea regulativa: como orientación para la acción y como canon para la crítica. No es una utopía, pero fuerza a actuar con intención utópica (Apel, 1992; Gómez, 2002).

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